30 abril 2014

Romance del prisionero (anónimo)

Esto es lo que siento porque el laboratorio en el que estoy trabajando en esta temporada está en un sótano en el que no hay ventanas ni tragaluces al exterior, así que salvo porque llevo reloj podría ser que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son además de que tampoco tenemos avecillas que nos canten. Por eso, la llegada del buen tiempo se nota en el calor (en serio, el despacho es un horno infernal) pero verlo, verlo, solo por las mañanas cuando vengo o las tardes cuando salgo. Lo sé apropiarme de este romance del prisionero para mi situación es bastante egocéntrico..., pero así soy yo, y este es mi blog personal, en algo se tenía que notar. Me voy a suspirarle al equipo de HPLC, para recordarme que mañana empieza mayo:

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.


28 abril 2014

Ciencia y más ciencia

Para hacer ciencia
lo único que te hace falta
es un cerebro que piense.
Un experimento:
hipótesis, comprobación,
rectificación, validación
(y muchas matemáticas).

Todo lo demás es accesorio.
Hay científicos que necesitan
usan llaves inglesas para
cerrar herméticamente
sus reactores. Pero ambos
están haciendo ciencia.

La vista engaña: lo que
parece más primitivo
puede ser el invento más
sofisticado.

Porque la ciencia va de
pero también ver átomo a átomo,

colisionar y descubrir
mini-partículas; destripando

Ordenadores super-potentes
para hacer cálculos interminables,
de todos los datos cifrados,
descifrarlos, entenderlos.

Mezclar esto con lo otro
cocinando “nuevos materiales”.
Estudiando las instrucciones
de cada especie viviente.

Buscando remedio a las
enfermedades, dando de
comer al hambriento,
de beber agua potable al
sediento. Son las
bienaventuranzas

del científico.

Esta entrada participa en el I Certamen de cuentos de ciencia organizado por el blog Cuantos y Cuerdas

17 abril 2014

La muerte

La muerte es la ausencia, y cómo duele… Tanto que cuesta hablar de ella.

El profesor de filosofía nos hizo leer Una pena en observación de C. S. Lewis. Me costó, no creas…, es un hombre al que se le muere la mujer y sus reflexiones. Pero te paras a pensar y es un trabajazo. Flipas cómo empieza el libro hablando de que nadie le explicó nunca que la muerte de un ser querido se parece más al miedo que a la tristeza. Bueno, todo lo que vaya a decir yo, ya lo dijo Lewis y él era profesor y no sé cuantas cosas más, así que…

Rodri era uno de los enfermos de mi planta. Parecía un crío pero me he enterado de que tenía alrededor de los cuarenta años. No hablaba: hacía ruiditos con la boca, y se balanceaba de un lado a otro. También se miraba fijamente la mano y movía los deditos. Si te acercabas a él, le hablabas, te rechazaba. A veces hasta te tiraba de los pelos, o te arañaba, o te pegaba al agitar los brazos y gritar. Y aún así creo que ejercía cierta fascinación sobre mí. Si no, no me explico lo que ha pasado.

Quizá es porque al dar de comer al señor Carlos, lo tenía al lado, en la misma mesa. Y al hablar con los otros, me sentía mal si no le dirigía la palabra. Claro que nunca parecía escucharme, pero una vez pasó algo raro, de esas cosas que solo me pasan aquí. Después de saludarle, y de irle hablando, cuando acabé de ayudar al señor Carlos, y estaba recogiendo bandejas y esas cosas, le dije:

-         - ¿Vamos, Rodri?

¡Y se levantó y vino conmigo de la mano! Solo fue una vez, nunca más pasó nada. Una vez me dio con las manos. Otra me arañó para que le soltara. También vi que se tiraba al suelo para que la Hermana le dejara. Quién lo hace de vicio es Blas, que ahora también está enfermo y en cama. Le daba de comer, y Rodri ni le chistaba, y como se atreviera a chistar, le daba un grito de aviso, y Rodri se comportaba. Eran una pareja sorprendente, porque se ve que Blas tiene retraso: en la cara, en la forma de hablar, y sin embargo, ahí estaba con su manera característica de agarrar la cuchara y metérsela a Rodri. Con determinación pero con firmeza. Acababan antes que yo con el señor Carlos. No sé, nunca me cansaba de mirarlos.

Pasó el verano. Yo estuve en la playa, y hasta que no empezó el curso no volví por el Cottolengo. Entonces me enteré de que Rodri había muerto el día anterior. Qué palo más grande. Los enfermos de mi planta estaban tristones. Incluso los que peor están que parece que no se enteran de nada…, esos también tenían caras largas: ¿se daban cuenta? Ver su hueco, su silla en la mesa, es duro. Muy duro. Cuánto duele tu ausencia, Rodri. ¿Cómo podías llenar tanto siendo tan pequeñito? Te echo de menos, Rodri. Todos te echamos de menos. Aunque en tu sitio haya otra persona, aunque Blas ahora ayude a otros, aunque todos requieran toda mi atención cuando voy de voluntario, que sepas Rodri, que te echo de menos. Me da miedo decir lo que voy a decir (debo de estar zumbado del todo), pero te envidio, Rodri: cómo hiciste tanto sin siquiera saberlo, cómo se nota que no estás aún cuando no siempre estuviera hablando contigo. Ahora es Blas quién está mal. Parece mentira que en tan poco tiempo me hayáis cambiado tanto y que os necesite tanto. 
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(Este relato forma parte de la serie de Cuitas de un desdichado voluntario)

12 abril 2014

Exilio (variaciones del mismo tema)

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Pensé que ya había pasado
bastante tiempo, que ya era
hora de dejar el luto y mis
reticencias. Podía cambiar
el estado de whatsapp,
borrar viejos números,
olvidar malos tragos.

¡Oh, mundo 2.0, global,
interconectado, te maldigo,
ojalá fuera más sencillo
perderse en una selva
amazónica para siempre!

Pero, supongo que aún
en el espacio exterior,
más allá de nuestra galaxia,
seguiríais enviando e-mails,
que por muchos filtros que
aplique, y aunque viviera
en un universo paralelo,
no sé cómo, alguno llegaría.

Para desesperarme,
destruirme, acribillarme.
Si no me encontráis a mí,
encontraréis a quien me
encuentre… Si no puedo
desaparecer yo, ¿cómo
volver invisibles a todos
a los que tienen un pedazo
viviente de mi corazón?

¿No basta destrozar por una vez, 
que tenéis que localizar a cada
uno de esos pedazos
esparcidos por esta tierra
nuestra? 

A todos vosotros,
os digo: el espíritu no muere,
la letra permanece, y no se
enciende un candil para
guardarlo bajo la mesa…,
lo que dijimos al oído
se escuchará en los terrados.

Y además de todo esto,
una última cosa: aunque
parezca vulnerable,
tengo la voluntad de
hierro, y si digo que
no quiero hablaros,
no lo haré. Ahora digo
que no volveréis a
hacerme daño, y así
se hará. 

Vuestros
esfuerzos son inútiles,
por si por economía
de energías, los queréis
invertir en otra cosa
(menos malvada y más
productiva). 

Por último,
no olvidéis que los hijos
de las tinieblas son más
astutos…, es decir:
todavía puedo venceros, no
os confiéis ni me subestiméis.

Gracias

03 abril 2014

Hedor

Lo que más me cuesta es el olor a enfermo. A veces te inclinas para dar de comer, y te viene una ráfaga de… No lo voy a describir. Muchos llevan pañal y a veces se hacen todo encima. Otras veces es otro tipo de olor, que incluso me resulta aún más asqueroso. No me siento orgulloso de esto, todo lo contrario: sé que se me tiene que notar en la cara que no estoy a gusto, por mucho que me esfuerce en ocultarlo y en no discriminar a los que a mi juicio huelen peor. Intento mostrarme más sonriente y más cariñoso, supongo que porque me siento culpable de querer alejarme a la otra punta del mundo.

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Y sé que están limpios. Solo hace falta ver la organización que tienen montada: como una cadena de montaje, que permite hacer las cosas más fácilmente y con higiene. Los voluntarios se integran en esa cadena. Conste que son imprescindibles en cierta manera…, los días de fiesta que van menos, se nota que las Hermanas tienen menos ayuda, y que se acaba más tarde el turno de comida. Pero me estoy despistando. Estaba contando que sé que están limpios, porque he ido un par de veces en horario de tarde-noche, y he puesto pañales y pijamas. O sea que sé de primera mano cómo se cuida al enfermo (su intimidad en el baño) y la ropa que se echa a lavar. Puedo hacerme el héroe diciendo que he cambiado pañales a personas de la edad de mi abuelo o de mis padres; pero eso no sería del todo verdad. Quiero decir, que no ha sido para tanto. Que yo contenía el aliento para no oler y porque estaba nervioso y me sentía torpe intentando ponerle un pañal a un adulto; pero no ha sido la vez que he pasado más asco. Me supone mucho más dar de comer a alguno de los que apestan, que cambiarles un pañal. A ver si lo piensas en frío creo que todos elegiríamos la comida al baño; pero cuando lo haces: bueno, al menos a mí me cuesta menos. Debemos tener ahí una serie de prejuicios culturales o como se llamen, pero luego no es para tanto.

El olor es limitante. ¿Alguna vez has entrado en un comedor de niños? Huele a la vez a comida machacada, plastilina y niño junto? Repugnante. O a mí me lo parece. Y eso es más o menos lo que pasa en el Cottolengo, solo que en mi planta son personas mayores. Se junta el olor del puré, con el olor corporal de ellos, y algo así como el olor de hospital. Soy muy malo en reconocer olores…, solo me doy cuenta de ellos cuando me molestan. Pero también a veces identifico lugares con su olor: hay rincones que me huelen a la primera casa en la que viví; o cosas así. Hay un olor de bienvenida al Cottolengo, que no me huele mal. Me indica que he llegado a un sitio conocido y querido. Mi planta también tiene un olor especial, y ya no me desagrada. Salvo que tenga mal el estómago, que una vez me pasó que ya solo el olor del puré mezclado con… lo que fuera, me dio unas arcadas bestiales, y me tuve que ir. Gajes del oficio se llaman. Solo ha sido una vez. Suele ser soportable.

(Este relato forma parte de la serie de Cuitas de un desdichado voluntario)