15 noviembre 2012

Alberto de Suabia (por Chesterton)


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Alberto de Suabia, con razón llamado Magno, fue el fundador de la ciencia moderna. Hizo más que ningún otro hombre por preparar ese proceso que convirtió al alquimista en químico y al astrólogo en astrónomo. Es curioso que, habiendo sido en su tiempo casi el primer astrónomo en este sentido, ahora perdure en la leyenda casi como el último astrólogo. Los historiadores serios están abandonando la idea absurda de que la Iglesia medieval persiguiera a todos los científicos como hechiceros. Es casi todo lo contrario de la verdad. El mundo los perseguía a veces como hechiceros, y a veces corría detrás de ellos como hechiceros, con la manera de seguir que es lo opuesto a perseguir. Solo la Iglesia los consideraba real y únicamente científicos. Más de un clérigo investigador se vio acusado de nigromancia por hacer lentes y espejos; acusado por sus rudos y rústicos vecinos; y probablemente se habría visto acusado exactamente igual de haber sido vecinos paganos o vecinos puritanos o vecinos adventistas del séptimo día. Pero aún entonces tenía más posibilidades de salvarse si era juzgado por el papado que simplemente linchado por el laicado. El pontífice católico no denunció a Alberto Magno como mago. Fueron las tribus semipaganas del norte las que le admiraron como mago. Son las tribus semipaganas de las ciudades industriales de hoy, los lectores de libros baratos de sueños y folletos de charlatanes, y los profetas del periódico, quienes le siguen admirando como astrólogo. Se reconoce que la amplitud de sus conocimientos acreditados de datos estrictamente materiales y mecánicos era asombrosa para un hombre de su tiempo. Es verdad que, en la mayoría de los casos, había cierta limitación en los datos de la ciencia medieval pero eso no tenía nada que ver con la religión medieval. Porque los datos de Aristóteles y de la gran civilización griega, eran en muchos aspectos más limitados aún. Pero realmente de lo que se trata no es tanto de acceso a datos como de actitud ante ellos.

Este gran alemán, conocido en su período de mayor fama como profesor de París, antes lo había sido en Colonia por algún tiempo. En esa hermosa ciudad romana se congregaron en torno a él por millares los aficionados a aquella extraordinaria vida que fue la vida de estudiante en la Edad Media. (…) Se le llamó el Doctor Universal por la amplitud de sus estudios científicos, pero la verdad es que él fue un especialista. La leyenda popular nunca yerra del todo; si un hombre de ciencia es un mago, mago fue él. Y el hombre de ciencia siempre ha sido mucho más mago que el sacerdote, ya que querría “controlar los elementos” antes que someterse al Espíritu que es más elemental que los elementos.

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